
No es la primera vez que, por culpa de Bob Dylan, termino escribiendo. Hace diez años, fui a uno de sus conciertos en Madrid y salí con una sensación difícil de explicar. No dijo una palabra en todo el show, ni un saludo, ni un “gracias”. Se limitó a tocar y a dejarnos con la boca abierta mientras cantaba canciones que no reconocías hasta la última estrofa. Así es este señor. Algo en esa actitud me impactó tanto que, al llegar a casa, tuve que escribir sobre ello. Ahora, una década después, vuelvo a escribir con la certeza de que su silencio no era casualidad, sino parte de su mensaje: la música hablaba por él.
A Complete Unknown no es sólo una película sobre Bob Dylan, sino también sobre la época en la que surgió su música. Es el retrato de un tiempo en el que las canciones tenían un peso real en la conversación social. Mientras la veía, me di cuenta de que los problemas de entonces no son tan distintos de los de ahora: guerras, injusticias, desigualdades… Pero hay una diferencia importante: en aquel momento, esas luchas tenían una banda sonora que las acompañaba y les daba voz. Hoy, sin embargo, cuesta encontrar ese mismo espíritu en la música popular.
No es una biografía al uso. Nos sumerge en los primeros años de Dylan y muestra cómo el cambio no sólo lo definió a él, sino también a toda una generación que encontró en su música un altavoz para sus propias inquietudes. Dylan es interpretado por Timothée Chalamet y Monica Barbaro da vida a Joan Baez, capturando la intensidad de aquella época y la química que había entre ambos en el escenario. Además, todas las canciones que aparecen en la película son interpretadas en la vida real por los propios actores. Hay momentos en los que no sabes si estás escuchando al actor o al original.
Dirigida por James Mangold, la película rompe con la estructura típica de los biopics y nos mete de lleno en los inicios de Dylan, recordándonos que él nunca quiso ser entendido del todo, sólo escuchado.
Sus canciones eran himnos de lucha y refugios para quien necesitara sentirse acompañado en su indignación. La lucha por los derechos civiles tuvo su banda sonora en temas como Blowin’ in the Wind o The Times They Are A-Changin’, que no eran sólo melodías pegadizas, eran discursos convertidos en canciones, relatos que todavía hoy resuenan.
Y entonces miro el presente. Gaza, Ucrania, protestas en las calles y movimientos sociales que intentan hacerse oír en un mundo saturado de información. Pero ¿dónde está la música? No es que falten artistas que hablen de estas crisis, pero su voz parece ocupar un espacio mucho más reducido. ¿Es culpa de la industria? ¿De la inmediatez de las redes? ¿O simplemente hemos dejado de mirar a la música en busca de respuestas?
Aunque los tiempos cambien, la sensación de injusticia sigue siendo la misma. Y entonces, vuelvo a esa música de los 60. No es nostalgia, es que esas canciones siguen siendo un libro abierto en el que reflejarse. En ellas encuentro esa claridad, emoción y refugio que echo en falta. Es como si, de algún modo, ya hubieran escrito lo que necesitamos oír.
Me pregunto qué escribiría Dylan hoy, viendo cómo la cesta de la compra en España se ha disparado o cómo la única casa que puedes permitirte es la que dibujas en tu libreta. ¿Habría compuesto un himno sobre la precariedad laboral? ¿Habría encontrado metáforas para hablar de la especulación inmobiliaria? ¿O nos habría contado, con su ironía inconfundible, cómo nos vendieron el futuro y sólo nos dejaron las facturas?
The answer, my friend, is blowin’ in the wind…
¡Nos leemos!
Marina Lozano







