5 canciones del mes

Febrero en 5 canciones

Ilustración de Jean Jullien

La función que dura 24 horas. Suena el despertador. Pospone la alarma unas cuantas veces. A la tercera no va la vencida, pero los minutos pasan y le esperan en maquillaje para arreglar sus ojeras y su tez pálida. Entre brocha y brocha, aprovecha para darle unos sorbos a la taza de café que le acompaña en la encimera del baño. Efecto buena cara conseguido, ahora sólo le falta vestirse, cepillarse los dientes y abrir los ojos.

Pasea al perro con los minutos contados. Sube a casa, agarra el bolso y, mientras comprueba que lleva la cartera, el teléfono, las llaves y la cabeza, se pinta los labios en el tiempo que tarda el ascensor en bajar los cinco pisos que le separan del portal.

Le espera el coche de producción en la esquina. La función ya ha empezado. Pone un pie en el portal de la oficina cuando una voz dice: «prevenidos, acción». Entonces, se coloca bien la boina, sube las escaleras y los actores empiezan a hacer su papel. El portero abandona su sitio y pasa a no estar cuando se le necesita, tal y como aparece en su guión; el ascensor no funciona y las maletas de los guiris que viven temporalmente en el edificio le impiden avanzar para llegar al piso donde se desarrolla la trama.

La mañana transcurre sin sobresaltos, pero después de una breve pausa para el café, el público se queja por no ver a los actores en escena. «Son sólo 5 minutos», dice uno de ellos mientras corre apresuradamente hacia su sitio.

El director les convoca para hacerles entrega de una circular en la que pone que tienen el privilegio de poder irse a casa a estudiarse el guión por las tardes en vez de hacerlo en la oficina. La hora de la comida la dedican a atravesar una ciudad caótica y ruidosa para comer en 10 minutos y conectarse al ordenador, no vaya a ser que la compañía de teatro se piense que están tocándose las narices en vez de estar con ese guión, que por cierto, tenía que estar listo para ayer, como todo.

Llegan las 18h y la función termina, o eso parece, porque en ese momento comienzan a surgir papeles secundarios para otras obras de teatro que también merecen ser atendidos. Las pocas horas que quedan hasta que se meten en la cama se convierten en una especie de encaje de bolillos para poder llegar a todo y, además, tener algo de tiempo para dedicarle a la película que cada uno se monta en su cabeza.

Los focos se apagan, el decorado se desvanece y los actores se despiden del público hasta dentro de muy poco tiempo, donde vuelve a sonar el despertador para seguir con la función que dura 24 horas sin entender cómo es posible actuar con el piloto automático puesto.


Y ahora, vamos con las 5 canciones que no han dejado de sonar en mis oídos y en mi cabeza durante el mes de febrero ¡Dentro música!

Las tienes en la siguiente lista de Spotify para que las escuches cuando quieras:

The Carpenters – I Won’t Last A Day Without You

Tom Waits – I Hope That I Don’t Fall In Love With You

Paul Simon – Slip Slidin’ Away

The Band – The Night They Drove Old Dixie Down

Eagles – I Can’t Tell You Why

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Marina Lozano

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Música, maestro

Una magdalena de Proust, por favor

Insecto hecho con tulipanes morados preservados del confinamiento. (Collage: Marina Lozano)

Mientras le decimos adiós a la mascarilla –de momento– en Big Yellow Taxi me gustaría hacer un repaso de estos dos últimos años, compartiendo un collage que hice junto a una reflexión personal y las imágenes del Madrid pandémico del fotógrafo, compañero y amigo Jesús Umbría.

«El Gobierno declara el estado de alarma durante 15 días». Con este titular amanecíamos hace dos años. Era la primera página de un nuevo episodio de nuestras vidas que se iba prorrogando de 15 en 15. 

Hubo un momento en el que nuestro calendario estuvo marcado por la comparecencia en televisión de nuestro presidente del gobierno, que nos hacía permanecer con ilusión y esperanza frente a la pantalla, hasta que pronunciaba las temidas palabras y ya todos los planes que teníamos en la cabeza a corto plazo en el hipotético caso de que nos dejaran libres se convertirían en planes a un plazo que estaba en las manos de otros.

Cada uno comenzó a medir el tiempo a su manera. Yo lo hacía gracias a unas vitaminas que me tomaba. En cada caja venían 30 unidades e iba haciendo la cuenta de cuántos días de la marmota estaba viviendo. Más adelante, la unidad de medida fue generalizada y consistió en las famosas: «fases de desescalada».

A día de hoy, miro por el cristal del autobús y me cuesta creer cómo esta ciudad que nunca para quieta, un día hace dos años tuvo que hacerlo. Los únicos coches que se movían eran los del Scalextric del salón de tu casa y los únicos paseos eran –si no tenías un trabajo presencial– a Mercadona, a bajar la basura o pasear a tu perro si eras de los afortunados que tenía uno.

Íbamos con guantes de látex y sin mascarilla. Todo muy lógico. Al volver de la calle, nos quitábamos la ropa, la metíamos en la lavadora, nos duchábamos y nos vestíamos con nuestras mejores galas porque nos esperaba una videollamada con amigos.

Aún recuerdo el tener un barreño de agua con Fairy para que, en cuanto la compra entrase por la puerta de casa, pasara por este particular túnel de desinfectado. Jamás pensé que lavaría un paquete de fideos, pero la vida a veces te sorprende con estas cosas.

A las ocho de la tarde teníamos una cita en los balcones y ventanas para aplaudir a los sanitarios que se estaban dejando la piel en cuidar a todos los enfermos. Los aplausos llevaron a las caceroladas y las caceroladas a olvidarnos por completo de esta cita diaria.

Por las noches, la gran mayoría de nosotros le abríamos la puerta al insomnio, que al igual que el virus, vino para quedarse durante unos meses. En esas horas de contar cientos de ovejas, mi mente hacía un recorrido mental por mis rincones favoritos de Galicia y por las calles de Madrid. Como tengo el callejero en la cabeza, no me fue muy difícil cambiar de ruta cada noche.

Después de todos esos meses de incertidumbre, parloteo mental, proyectos paralizados y nudos en la garganta, yo me pregunto: ¿Qué ha sido de todas esas personas que estaban en casa haciendo magdalenas? ¿Qué ha sido de todas esas promesas para hacer un mundo mejor? Pura fachada; como las fachadas de esos balcones que vieron nuestra hipocresía a la misma hora durante varios meses sin interrupciones…


Mientras nosotros nos quedábamos en casa, Jesús Umbría salía con su chaleco de prensa para fotografiar Madrid como nunca antes lo habíamos visto...

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