Atardecer con las Islas Cíes a lo lejos (Sanxenxo)
Empecé la cuarentena – como casi todos – contando los días que llevo encerrada en casa gracias a unas vitaminas que tomaba para ayudar a mis defensas. 30 vitaminas – 30 desayunos – 30 días. Ahora que las he terminado, mi nueva unidad de medida pasa a ser la caja de infusiones de jengibre, (como la hierbas). 20 bolsitas – 20 ratitos – 20 días. Es inevitable calcular el tiempo que llevamos en casa y todos los planes que queremos hacer para cuando se acaben nuestras «cajas»…
Personalmente, la parte que se me está haciendo más cuesta arriba es cuando llega la hora de irme a dormir. Ahí es cuando mi cabeza comienza a darle vueltas a cosas que antes no tenían importancia y que parece ser que, ahora, son lo suficientemente relevantes como para que mi cerebro quiera que esa noche durmamos unas horas menos.
No todas las noches son así, a veces las paso con compañía peluda. Os pongo en situación: en el salón de mi casa tenemos 3 sofás; 2 de ellos son grandes y el otro que nos queda es pequeño y está un pelín apartado de los demás. Mi madre llama a esa zona «la biblioteca» o «el jardín», porque está rodeado de plantas. Todas las noches me tumbo en «el sofá del jardín» con el portátil para ver qué serie me cansa lo suficiente la mente como para meterme en la cama y quedarme frita. De repente, siento una presencia a mis pies. Es mi perro con su peluche de aguacate en la boca. Sube una pata, sube la otra y me mira con esos ojazos que tiene para que le ayude a subir conmigo. A todo esto, tiene un sofá enorme para él solo, pero prefiere ir al más pequeño y estar los dos como si de un tetris se tratase. Es por eso que me encanta en parte las noches, porque me siento afortunada de poder compartir ese ratito con él.
Estos últimos días han sido un poco como una montaña rusa emocional y estoy segura de no haber sido la única. No hay que olvidar que «somos sentimientos y tenemos seres humanos», que diría un tal M. Rajoy. Echo de menos la rutina ruidosa que tenía, los cafés a media mañana, los paseos con mi perro por el parque, las cervezas improvisadas y el ir corriendo a todas partes. Como me diría mi padre: «Marina, despacio, que parece que vas a apagar un fuego».
Hace poco, mientras veía unas fotos que hice en verano de un atardecer precioso en Sanxenxo, pensé en que ya queda un día menos para volver a disfrutar de esas vistas. Me puse a pensar y al final salió esto:
Un día menos para madrugar
Un día menos para tener la misma conversación con tu madre acerca de lo mucho que odias despertarte pronto
Un día menos para el «no sé qué ponerme; no tengo ropa»
Un día menos para pintarte los labios con prisas mientras cierras el bolso, sujetas como puedes el portátil , te pones el abrigo y llamas al ascensor
Un día menos para detenerte a ver los tulipanes de la floristería de tu barrio
Un día menos para perder el bus
Un día menos para que la impresora te tome el pelo
Un día menos para que el polen te haga una visita
Un día menos para disfrutar de la música en directo
Un día menos para las charlas hasta las mil en un bar
Un día menos para cantar en el coche con las ventanillas bajadas: «Caminos cruzados, jueves perfecto» de Los Fesser
Un día menos para subirte a unos tacones
Un día menos para las coincidencias que solo ocurren cuando sales de casa
Un día menos para perderte entre las pinturas de un museo
Un día menos para que suene tu canción en la radio
Un día menos para el «¿Va a bajarse en la siguiente parada? -Señora, no me estrese, que no son ni las 9h»
Un día menos para empujar y ser empujado (sí, así se sobrevive en el Metro de Madrid)
Un día menos para que esas videollamadas pasen a ser charlas en persona y las conversaciones por teléfono sean susurros al oído
Un día menos para los atascos con Rock FM de fondo
Un día menos para los desayunos de fin de semana y paseos por el Retiro
Un día menos para el: «¿Estás en casa? Baja, que nos vamos a tomar algo»
Un día menos para esos paseos por la playa de arena fría, jersey y gaviotas
Un día menos para nuestros paisajes
Un día menos para cervecear
Un día menos para abrazar
Un día menos para besar
Un día menos
Y, cómo no, escribí esas frases con una canción en bucle de Xoel López llamada«Tierra»:
¡Nos leemos!
Un abrazo,
Marina Lozano